Un viaje corto le alcanza a uno para darse cuenta de lo que se está perdiendo. Dársela de frente con la realidad...duele. Y deprime. Volví ayer de
un lugar que parece estar cerca, cerquita, del paraíso. Darse cuenta de que a uno le quedan años de estudios, años de responsabilidades, años prácticamente agónicos, me hizo pensar mucho en el tema. ¿Por qué no largar todo y dedicarse a vivir la vida? Está ahí, al alcance de la mano. O de un pasaje en bondi.
Entonces...¿cómo es la cosa? ¿La idea de que uno tiene que asegurarse un buen futuro nos hace quedarnos? O quizás el sueño de la casa en un country y el plasma de 42''...que no es el mío, pero bueno, lamentablemente es el de muchos. Y sin embargo nos quedamos. Y nos juramos que en cualquier momento nos vamos a la mierda...pero nos quedamos. Y el ciclo de la vida sigue su curso: vivimos pensando en lo que nos gustaría hacer, mientras hacemos lo que no queremos. Hay otros, en cambio, que viven la otra vida:
María, 25, se fue de Buenos Aires y está viviendo en Calafate hace ya un par de años. Me dijo que no vuelve ni en pedo. Nicholas, 31, australiano, esta viajando hace 13 meses por latinoamérica. Karin, 23, israelí, está recorriendo Argentina hace unos 2 meses. Facundo, 22, argentino, tiene un parcial el viernes.
Qué triste.